¿Toda la responsabilidad a la educación?
El blog e-learning, conocimiento en red se pregunta, a propósito de los dichos del psiquiatra chileno Claudio Naranjo, si sólo la educación puede cambiar las cosas. La entrevista resulta muy estimulante para explorar algunas de las proposiciones que se hacen. Afirmaciones del entrevistado o preguntas que deja el conductor (Eduardo Punset, creador del ciclo Redes, de la TVE) tales como: ¿qué tipo de cirsis ha habido para transformar aquella alegría en esta tristeza?, son suficientemente fértiles como para explayarse con textos específicos.
Sin embargo, me interesa centrarme en las aseveraciones referidas a la educación que se hacen en el discurso de Naranjo.
Resulta interesante poner algunas de ellas, en diálogo con otras miradas que expliquen un poco más cómo juegan las conexiones (la red, los otros) en todo este entramado al que solemos referirnos como la educación.
Me da la impresión de que el problema está presentado desde la fenomenología. El análisis se inicia anclando en lo que sucede, dándolo por sentado y sin ningún tipo de cuestionamientos en orden a su genealogía. Sin que esto necesariamente implique un juicio de valor, me importa señalar aquí que esta formulación se parece mucho a los dispositivos de naturalización que se juegan tan frecuentemente en esta época: cada vez que se instala una discusión hacia adelante de un punto, también se cierra cualquier cuestionamiento acerca del punto referido.
La educación, que no mucho tiempo atrás fue territorio de aplicación de políticas de distorsión y vaciamiento ¿será ahora mandataria de la salvación? Este escenario no solamente se refiere a nuestro país. Creo que con matices de diferencia, aplica a todo el mundo hispanoparlante.
Si corremos el zoom hacia atrás, abrimos el cuadro y pensamos lo que sucede, como la resultante de otro fenómeno mayor, podemos tener un diagnóstico más rico (aunque seguramente menos sencillo).
Después de Marx sabemos que la las relaciones económicas moldean las relaciones sociales. ¿Por qué deberíamos pensar que la educación funciona al margen de este condicionamiento?
Está claro, como dice Naranjo, que la educación necesita ser emancipatoria (en lugar de discursiva). Pero creo que no es un problema de los psiquiatras ni de los docentes, el acabar con el fenómeno de la deriva, ya que, al margen de sus intervenciones concretas, excede esos y muchos otros campos de praxis. Franco Ingrassia, del Laboratorio de Análisis Institucional de Rosario, dice que la deriva es consecuencia de un cambio de status: el pasaje de la hegemonía del capital productivo a la del capital financiero.
El primero necesita promover desarrollos sociales, sociabilidad, y por eso se ocupa de la educación, de la salud, del sostenimiento de las instituciones y de afirmar toda la trama estructural que garantiza la llamada gobernabilidad (moderación del conflicto de intereses, en realidad). Esto lo hace previsible. Las máquinas (que es donde se materializa la producción de la riqueza) están ancladas al piso y este hecho expresa no solamente una cultura de uso sino que organiza la producción de la subjetividad: Algunos de los dirigentes metalúrgicos de Villa Constitución, de la década del 70 contaban que la ciudad latía al ritmo de los cambios de turno de las industrias.
El capital financiero no necesita de ningún tipo de sociabilidad. Sólo de la existencia de reglas claras (eufemismo utilizado para referirse a los atajos y faltas de controles) en los mercados, que les permitan entrar y salir según las pulsiones de los inversionistas. Por eso es absolutamente imprevisible. No está anclado a ningún otro interés más que aquel que garantice su multiplicación a la mayor tasa posible.
La deriva no es un humor popular (Naranjo aboga por un sistema educativo que no tome en cuenta que la gente llega (a la educación) gritona o llorona o rabiosa), ni tampoco es la elección de un modo de ser. Sucede como una consecuencia del cambio permanente de las reglas de juego. De la inestabilidad, de la imprevisibilidad. De la imposibilidad de los individuos de prefigurarse en un futuro cercano en otras condiciones que no sean las que Ignacio Lewkowicz llamaba de dispersión.
Desde esta perspectiva, cabe preguntarse si tiene asidero en alguna lógica pensar que el cambio sobrevendrá porque se mejore la calidad educativa. Y aún si esto fuera posible, quedaría por responder una segunda pregunta: ¿quién va a implementar ese cambio?
Planteada de esta manera, la idea de poner todo el peso del cambio en la transformación educativa, parece (por lo menos) parte del dispositivo de silenciamiento necesario para que nada cambie.
Categoría: Trama y relaciones