Creencia y confianza son parientes
Confiar en el otro, requiere -primero- confiar en uno mismo. Este video habla de eso. Como siempre sucede, es fácil confiar en el otro o en uno mismo cuando todas las señales son propicias. El problema aparece cuando no se ve nada. Allí es donde estas cuestiones hacen la diferencia. La fábula siguiente invita a preguntarse sobre el tema.
¿No te parece?
UNA MUERTE ABSURDA
Cuentan de un andinista que, desesperado por conquistar una cima de los Andes, inició su travesía después de años de preparación y muchísimo esfuerzo. Quería la gloria solamente para él, de modo que se lanzó a la cima sin compañía ninguna.
Comenzado el ascenso, no se detuvo a pesar de que fue haciéndose tarde y más tarde cada vez. Nunca siquiera pensó en acampar. A pesar del cansancio y la falta de luz decidió seguir subiendo en busca de la cima hasta vencer.
La noche abrazó pesadamente la cordillera, ocultándolo todo. Imposible ver siquiera a un metro de distancia. Solamente negro espeso y cerrado. No había luna y las estrellas estaban ocultas detrás de las nubes. Pero eso no lo doblegó.
Trepando por un acantilado, camino a la cima en plena noche, el intrépido perdió pie y se fue al vacío…
Cayendo vertiginosamente, sólo podía ver manchas oscuras que pasaban veloces a su lado. Pero nada era comparable con la sensación terrible de ser succionado por la garganta de la gravedad.
Mientras caía en ese túnel interminable, iban pasando por su mente, como ráfagas de una película, todos los momentos de la vida. Buenos y malos, gratos e infelices, lejanos y recientes. Pensaba que aquello era injusto. Una muerte absurda. Nada que él se mereciera.
De repente un tirón muy fuerte casi lo parte en dos mitades. Tardó en recomponerse pero se alegró. Era un andinista experimentado, había clavado estacas de seguridad en las que había enhebrado esa larguísima soga que ahora lo sostenía por la cintura…
En medio de la oscuridad, suspendido en el aire, austado por la soledad y el silencio solamente atinó a gritar:
–Ayúdame, Dios mío…
Una voz profunda, abriéndose paso entre los pliegues de la noche contestó el llamado:
–¿Qué quieres que haga hijo?
–Sálvame Dios mío, sólo sácame de aquí…
–¿Realmente crees que te pueda salvar?
–Por supuesto mi Señor…
–Entonces corta la cuerda que te sostiene…
No hubo palabras. El silencio y la quietud volvieron a ganar la noche. El hombre se aferró más a la cuerda y fue quedándose sumido en una profunda depresión…
A la mañana siguiente, el equipo de rescate encontró colgado a un andinista congelado, muerto, con un gesto de horror deformándole el rostro. Agarrado con desesperación a una cuerda que lo sostenía a menos de dos metros del suelo. Una muerte absurda.
¿Qué hubieras hecho vos? Conociendo el final, es fácil adivinar la respuesta, pero ¿te pusiste a pensar cuántas veces la metáfora encajó en lo que te sucedía y cuántas veces cortaste la soga?
Fuente de la imagen: FlickrCC
Categoría: Actitud