"Escribir quiere decir injertar. Es la misma palabra. El decir de la
cosa es devuelto a su ser injertado. El injerto no sobreviene a lo
propio de la cosa. No hay cosa como tampoco hay texto original"[1].
La
escritura como injerto generalizado de unos textos en otros, rompe toda
jerarquía, toda relación de secundariedad entre un injerto y otro,
deshace la idea de un texto cerrado en la idealidad de su querer decir
propio, cuya relación con la textualidad circundante no fuera sino
accidental, accesoria, suplementaria. Pues precisamente la noción de
suplemento, si bien implica la añadidura de algo que viene a
incrementar, enriquecer una plenitud precedente, del mismo modo, el
suplemento es lo que suple, reemplaza, se coloca en lugar de, substituye
aquello a lo que supuestamente sobreviene del exterior, introduciéndose
como compensación de una falla, una carencia que se descubre en lo que
en un principio parecía en sí mismo completo. El suplemento tiene lugar
allí donde algo no puede colmarse por sí mismo. Sin añadir nada
realmente, denuncia un vacío, una fisura, una totalidad no cerrada. Es de este modo, siguiendo la lógica de la suplementariedad y el injerto, como los márgenes del texto adquieren en la escritura derridiana una especial relevancia dentro de la estrategia deconstructiva, debiendo contarse entre ellos, junto a los enumerados anteriormente, la práctica textual de las separatas que con frecuencia aparecen entre las páginas de algunos libros, encabezadas con la leyenda "Se ruega insertar" (Prière d´insérer), y que de modo singular encontramos en algunas obras de Jacques Derrida[2]. Por lo ya expuesto podrá deducirse sin dificultad el carácter no inocente de este procedimiento de escritura, y la necesidad de no pasarlo por alto en la lectura de los textos donde aparece, dejándonos por el contrario sorprender por el extraordinario rendimiento filosófico de este gesto, este guiño hecho al lector, que en ocasiones muy bien puede suplir la obra que tiene entre manos, en una inesperada solicitación de la jerarquía tradicional, que no lo contempla más que como una simple adherencia al texto del que ni siquiera físicamente forma parte[3], tardíamente sobrevenido a una encuadernación ya terminada. Leer, escribir, insertar/injertar Leer implica siempre una actividad por parte del lector, un compromiso, un pillarse los dedos con los hilos del texto, no un añadir arbitrario que rompiera la costura, tampoco "se trata de bordar, a menos que se considere que saber bordar es también saber seguir el hilo dado. Es decir, para que se nos siga, oculto"[4], menos aún un respeto tan desmesurado por el texto que impidiera entrar en su juego y poner en él algo propio. Lectura y escritura se implican mutuamente como momentos de una misma operación de injerto. Y es que no se puede injertar no importa qué en no se sabe dónde si pretendemos tener algún éxito en el proceso. No todo vale. Sin embargo es preciso añadir, injertar, para que la lectura no resulte inútil, baldía: "Recíprocamente ni siquiera leería aquél a quien la «prudencia metodológica», las «normas de la objetividad» y «los parapetos del saber» le coartasen para poner algo de su propia cosecha"[5].
"Se ruega insertar" parece pues la formulación más económica de aquello
que implican tanto la lectura como la escritura. Es por una parte, una
invitación dirigida al amigo, a aquel que puede hacerse amigo leyendo,
añadiendo un post-scriptum, una contrafirma, esenciales al texto
mismo. Invitación -que instituye quizás una deuda, un deber, un
compromiso- a la que hay que responder, con un silencio, declinándola o
aceptándola en una decisión responsable. En todo caso, si aceptamos,
no será de cualquier modo, habremos de seguir el hilo, confeccionar una
nueva separata para insertar ¿cómo? ¿dónde? Escribir-leer otro texto a
su vez cabeza de lectura para otros múltiples textos[6],
móvil, desplazable como la separata, fácil de injertar entre las páginas
de cualquier escrito por no estar cosida definitivamente a libro alguno
como "La lectura ejemplar", susceptible por tanto de coserse en
cualquier otro. Por otra parte, es la puesta en obra de un ejercicio de
lectura acontecido al escrito, que lo reinventa après-coup,
dándolo a leer, pues "añadir no es aquí sino dar a leer"[7],
ni anterior ni posterior a él, ejemplo iterable de una lectura que es
escritura, en un gesto idéntico desdoblado, de una performatividad ajena
a toda prioridad o anterioridad
cronológica que convierte a la separata en el eco del texto,
adquiriendo éste a su vez recíprocamente, una nueva resonancia que lo
proyecta como eco hacia su eco, hacia otros textos-ecos. Pues en efecto,
como veremos, las separatas introducidas en los textos de Derrida ponen
en marcha el decir del escrito, un decir que es también un hacer;
situándose en el doblez entre escritura y lectura, redoblan
performativamente el decir de la obra. En ello consiste su costura.
Ensayo sobre el nombre
La primera de las Prière d'insérer que vamos a
comentar se encuentra entre las páginas de Passions,
Khôra y Sauf le nom, tres
ensayos de los que se dice en la separata idéntica incluida en ellos,
que cada uno "forma una obra independiente y puede leerse
como tal"[8],
a saber, sin que sea necesario tener presente en cada lectura los otros
ensayos, ni siquiera la Prière d'insérer. No
obstante su diferente origen y fecha de redacción, los une una misma
temática: la reflexión sobre lo que implica el acto de dar un nombre, de
lo que se entiende por nombre, hecho que posibilita y aún hace
conveniente su publicación conjunta en un mismo formato, apuntándose la
posibilidad de englobarlos bajo el título común de Ensayo
sobre el nombre. En apariencia no se hace otra cosa en este
escrito que darnos una breve contextualización de las obras que en
cierto modo explica su génesis y su posterior publicación formando una
especie de trilogía, una síntesis coherente dada su afinidad temática.
En otras palabras, la Prière d'insérer se nos ofrece como
contexto general de lectura, desafío evidente para
la deconstrucción. Mas prestemos atención al lugar de inscripción de
dicho contexto, a saber una separata. ¿Qué le puede ocurrir, qué le
puede suceder, cuál es la destinerrancia de una hoja suelta metida entre
las páginas de un libro sin otro vínculo que la una a él más que su
poder (no) estar insertada? ¿Qué le sucederá asimismo al contexto que
porta, cuyo destino le queda indisolublemente unido, al modo como "la
estructura técnica del archivo archivante
determina también la estructura del contenido
archivable"[9]? Una separata forma y no forma parte del libro con el que viene adjunta. Puede desprenderse de él sin violencia, no estando pegada, cosida, encuadernada, como cualquier otra página (incluso lleva numeración propia). En ello reside su peculiaridad. No tiene lugar propio, por lo que su lugar está en cualquier parte, entre cualesquiera páginas, cambiando de ubicación indefinidamente, saltando de un capítulo a otro, de un libro a otro, pudiendo perderse irremisiblemente. Una Prière d'insérer nunca llega a destino, no tiene trayectoria propia, no puede desviarse, su lugar se encuentra allí donde (no) está. Vagabunda, errante, intenta poner freno a su inmotivado devenir con una súplica: "Se ruega insertar". Como el contexto. Un contexto que ya nunca más puede ser pensado como una suerte de absoluto hors-texte que le diera sentido al texto necesitado de él, pues convertido en Prière d'insérer, su autonomía parece desfallecer hasta correr el riesgo del aniquilamiento, del sinsentido, de la desaparición, la pérdida sin resto, si no es insertado a su vez en el texto (metamorfoseado en contexto de la separata, respecto de la cual se constituye en una "obra independiente que se puede leer como tal") al que pretendía "dar lugar", "dar sentido", darle lo que él precisamente no tiene, lo que ningún texto tiene en propio. El contexto tiene lugar insertándose en cualquier otro texto, un afuera que pide inscribirse en un adentro; el texto tiene lugar insertándose en el contexto, un adentro que pide inscribirse en un afuera: la intratextualidad del contexto, la textualidad del contexto como texto el cual y en el cual "se ruega insertar", difumina, invagina, hace indecidible la frontera, los bordes entre texto y contexto, entre un dentro y fuera del texto, pues todo escrito -ni interior ni exterior- no es sino un extraordinario double-bind que da lugar sin tenerlo, destruyendo toda ontotopología, o lo que es lo mismo, da la doble orden, invitación y súplica de "se ruega insertar", que lo hace a la vez madre acogedora, Khôra y huérfano sin hogar. Por otra parte, la Prière d'insérer es portadora de otro gesto no menos relevante que el anterior. Como vimos, en ella se reúnen formando unidad tres ensayos que en apariencia no tienen por qué formar una trilogía en modo alguno. No obstante, en razón de la hoja que en ellos se adjunta, las obras van a quedar ligadas no sólo por compartir una misma temática, sino por verse renombradas, rebautizadas en la separata, con el nombre común y propio de Ensayo sobre el nombre. Se reproduce así el gesto sobre el cual van a girar los tres ensayos: ¿qué ocurre cuando se da un nombre? ¿qué se da realmente? ¿acaso al dar un nombre no se da lo que no se tiene? ¿qué hace del nombre propio un sobre-nombre (apodo)?
La inagotable riqueza del nombre dado por la Prière d'insérer,
aquello que precisamente no tiene nombre propio (quizá genérico), a lo
que sí lo tiene: Passions, Sauf le nom,
Khôra, nombre sobre nombre, nombre común, apodo,
sobre nombre propio, nombre propio sobre nombre propio, siempre
sobrenombre, desborda todo comentario, se desborda
hacia el comentario que constituyen los tres libros acerca del guiño que
se realiza en la separata, en una implicación mutua, un incesante
reenvío dentro del gesto global performativo-constativo que supone la
totalidad no totalizable, innombrable, apelando siempre a un nuevo
sobrenombre común-propio que "hace falta", de los ensayos que
constituyen lo que se ha venido en apodar Ensayo sobre el
nombre. Nombre que es dado y portado, no por los que
supuestamente serían sus portadores, sino por la Prière
d'insérer. Nombre que puede subsistir en ausencia de su
portador, separable de él hasta el punto de sobrevivirle, de poder
advenirle a otros portadores. Nombre asimismo él amenazado de
desaparición, que nunca está "a salvo" en su vertiginosa circulación de
un texto a otro, en su particular restancia. Advenido de ningún lugar,
ni interior ni exterior a su portador, se le impone a éste con la
rotundidad ¿violenta? de una Prière, de un ruego
"¿Y quién puede hacerse cargo de portarlo en la
responsabilidad?"[10]. Glas
El papel del prefacio no es otro que el de hacer presente, manifiesta,
la venida de un texto futuro cuyas líneas generales, conceptos claves,
anticipa, acerca, haciéndose pasar ficticiamente por previa la
redacción de lo que no es sino un post-scriptum,
escrito con posterioridad al texto mismo que representa, y cuya lectura
a la postre no podrá sustituir, reemplazar, ni siquiera introducir,
sino que al contrario, lo volverá a él mismo absolutamente
prescindible, será reabsorbido dentro del marco general de la
comprensión del texto. Una vez leído, el prefacio -prólogo,
presentación, advertencia, preámbulo, prolegómeno, Prière
d'insérer- parece tender necesariamente a su propia
disolución, a la desaparición sin resto de lo que constituye desde el
inicio una exterioridad, un suplemento accesorio, inútil, molesto, a la
absoluta presencia a sí del concepto, que en principio no necesitaría
de tales ayudas para su auto-presentación. La Prière
d'insérer muestra ejemplarmente la paradoja de un
texto escrito cuyo fin -a la vez el mejor y el peor que le puede
acontecer a todo texto- no es otro que el de su desaparición lo más
pronta posible y sin dejar rastro. La estructura auto-presentativa del
concepto en Hegel exige la biodegradabilidad[12]
de la separata (aunque con la reserva fundamental de no aceptar
una biodegradabilidad textual generalizada que
afectase al propio concepto, él mismo no-biodegradable):
no debe haber nada anterior ni exterior al concepto. Ello no sólo sería
inútil, sino imposible. No obstante he ahí nuestra
Prière d'insérer para introducir Glas:
físicamente separada del libro como exterioridad aún más visible y
señalada que la de una introducción convencional; negatividad más
difícil pues, por gozar de mayor autonomía, de ser reabsorbida,
integrada, asimilada sin dejar resto; escurridizo pre-facio,
que nunca da lugar a un verdadero comienzo, tan pronto previo, como
simultáneo, como posterior al texto, lo mismo interior que exterior a
él dada su movilidad extrema, jamás hace las veces de
incipit absoluto; Prière d'insérer
que pone físicamente en obra, su no tener lugar en la economía del
texto hegeliano, burlando la ley sin transgredirla, tiene lugar sin
tener lugar, escapándose siempre a la fagocitación del concepto; desde
su adentro, su estar insertada, se abre para acoger, para dejar que se
inserte en ella el concepto mismo. El gesto de la separata es doble, en tanto Derrida, como Hegel, no cree en la posibilidad del prefacio como tal, hecho que los acerca en la misma medida que los aleja; partiendo uno y otro de premisas teóricas absolutamente diferentes -imposibilidad de impedir a cada paso el desbordamiento contextual por obra de la diseminación frente a la absoluta determinación del contexto por la saturación del sentido- llegan a una misma conclusión: "nada precede absolutamente la generalidad textual. No hay prefacio, programa"[13]. Ello permite asimismo la proliferación indefinida de efectos de sentido del juego que la separata introduce como simulacro de prefacio, desorganizando, minando desde dentro todo el juego de oposiciones metafísicas que permitían y prohibían simultáneamente pensarlo. Mostrándose al mismo tiempo como el más fiel y el más infiel, el más fiel por ser el más infiel ejemplo posible -el doble- de lo que tradicionalmente se considera el deber ser de una introducción, un preámbulo, aquí no proscrito idealmente como imposible fuera del texto, sino llevado al límite, revela en su necesidad, su carácter de resto inasimilable por una interioridad ideal (bien entendido que negar el fuera del texto no conduce necesariamente a la inmanencia de una escritura presente a sí misma, sino a pensar de otro modo la noción de límite, de exterior e interior, etc.), una otra lógica muy distinta de la especulativa, irreductible a ella: "No hay más que texto, no hay más que fuera-del-texto, en resumidas cuentas un «prefacio incesante» que hace fracasar la representación filosófica del texto, la oposición admitida del texto a lo que lo excede"[14].
Como pudimos ver en el caso anterior, también aquí repite la
Prière d'insérer la operación del texto que (la) acompaña,
haciéndo resonar dicho texto y cosiéndose a él por esta particular
puesta en obra simultánea del decir del escrito. "En primer
lugar: dos columnas. Truncadas, por arriba y por abajo, talladas también
en su flanco: incisos, tatuajes, incrustaciones. Una primera lectura
puede hacer como si dos textos alzados, el uno contra el otro o el uno
sin el otro, no se comunicaran entre ellos"[15].
¿Qué dos textos? Los de Hegel y Genet, sin duda, mas también
Glas y la separata, que trunca, horada la totalidad cerrada
del libro-columna en su flanco, a modo de mirilla
que traspasa la opacidad del texto, entregándolo a sus otros
amigos/enemigos como un "Judas asesino[16]",
impidiéndole erigirse en Aufhebung última que
reasuma, asimile las contradicciones y negatividades surgidas de la
lectura en paralelo de ambos autores en un s'avoir absolu
sin resto. La separata se aloja en el interior del libro,
incorporada como algo extraño, otro, mimando y
rechazando la introyección que la reintegre al
todo de la obra, ampliando las fronteras de un yo narcisista que no cesa
de crecer fagocitando alteridades: cripta,
foro más interior de Glas, se transforma en un movimiento paralelo en lo
más exterior al libro, que éste incluye sin comprenderlo, que incluye
para no comprenderlo, para no saber nada más de él. "En su
doble soledad, los colosos intercambian una infinidad de guiños, por
ejemplo de ojo, se doblan a porfía, se penetran, pegan y despegan,
pasando el uno dentro del otro, entre el uno y en el otro"[17].
Infinidad de guiños que se multiplica hasta la saciedad en la
Prière d'insérer transformada en columna, coloso,
resto, escupitajo, mierda, esperma, eco, prepucio, hijo bastardo,
retoño, cripta, por un siempre imprevisible "efecto de gl"[18],
extraña galería de fantasmas, proscrita a-topología de lo que no
encaja, del desecho que deshace, del resto inservible ("lo
de-tallado de un golpe"[19],
la esquirla que salta abriendo un vacío en la columna, femineidad que
hiere el costado del falocentrismo masculino, iniciando su ruina) desde
donde se interpela escatológicamente a la historia de la filosofía: "¿Qué
queda del saber absoluto?"[20].
Mal d'archive
Separación, corte, marca, cicatriz, que instituye el archivo dejando
tras de sí la huella de su incompletud, la falta, la ausencia, la
carencia del falo circuncidado por el mordisco de la mujer madre[23],
afectado por la incisión de la escritura. Imposible memoria de lo
acontecido simultáneamente a la memoria misma en su abrirse paso.
Prepucio fantasmático en continuo asedio de los guardianes del archivo
incapaces de conjurarlo. Erección imposible de un monumento al
acontecer, mo(nu)mento de la primera erección, sobrevenida con
posterioridad al recuerdo que la petrifica: la erección siempre es un
acto de memoria. "¿En qué se convierte el archivo cuando se
inscribe en el mismísimo cuerpo llamado propio? ¿Por
ejemplo al modo de una circuncisión,
tomada a la letra o en sus figuras?"[24].
Todo ello, la invaginación quiasmática de los bordes, el paso (no) más
allá del texto que dicha inscripción supone, lo viene acaso a
ejemplificar (sin duda no a responder) en un indecidible
performativo-constativo la Prière d'insérer,
especie quizá de "pasaje al acto" psicoanalítico, retorno de lo
reprimido, del "no ha lugar" que la memoria impone al acontecimiento de
dar el nombre, de la circuncisión, de la institución del archivo...
[2]Concretamente
los tres ensayos:
Passions,
Khôra,
Sauf le nom,
Galilée, Paris, 1993;
Mal d'archive,
Galilée, Paris, 1995; Glas,
Galilée, Paris, 1995.
Cabe señalar en el caso de
Glas,
que en su primera edición de 1974 en Galilée, la separata no
venía encabezada con la leyenda: "Prière
d'insérer"
sino con el nombre del autor: Jacques Derrida, seguido del
título de la obra en la que se insertaba,
i.e,
Glas.
Asimismo el texto, que no varía de una a otra edición, aparecía
firmado con las iniciales J.D., con un formato diferente al
actual. Existe una tercera edición de
Glas
en Denoël/Gonthier, Paris, 1981, en la que de modo significativo
no aparece dicha separata.
[3]
Este carácter en apariencia prescindible
de la Prière d'insérer,
hace posible y en cierto modo explica la desaparición sin rastro
de la separata de Glas
en la edición de bolsillo en dos volúmenes de la editorial
Denoël/Gonthier. |
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