El secreto no es un asunto, un hecho, una actividad, una práctica,
digamos más brevemente y sin comprometernos demasiado, una noción, un
nombre más entre otros dentro del ámbito socio-político-jurídico,
democrático o no, de todos los tiempos. Convencionalmente el secreto
implica siempre alguien que “posee un saber” y no quiere revelar a otros
que no saben. El secreto es siempre un secreto en reunión y requiere una
custodia, una guarda, instituye en su fundación una separación estricta
entre la intimidad, la familiaridad restringida de los conocedores y el
resto. El secreto siempre es privado. La publicidad lo arruina. Quizá
más que situarse en la esfera de lo privado no público, se encuentre en
el no-lugar del surgimiento mismo de esta distinción siempre
problemática. Es cuando menos difícil considerar lo secreto sin más como
una propiedad privada, si antes no se cree en el saber de una cierta
verdad y se lo convierte en algo susceptible de ser poseído, de serle
atribuídas en propio unas características cualesquiera. En todo caso
dejemos esto para otra ocasión, sin antes dejar de señalar aquí que algo
parecido se lleva a cabo en una de las definiciones que del secreto nos
ofrece el Diccionario de la Real Academia: “Conocimiento que
exclusivamente alguno posee de la virtud o propiedades de una cosa o de
un procedimiento útil en medicina o en otra ciencia, arte u oficio”.
Si unimos esta definición a la más genérica de: “Lo que
cuidadosamente se tiene reservado y oculto” venimos a
reafirmarnos en la noción de secreto como algo (conocimiento, saber) que
sólo es poseído por “exclusivamente alguno”, unos
pocos o como mínimo uno, debido al hecho de su estar “oculto,
ignorado, escondido y separado de la vista o del conocimiento de los
demás... Callado, silencioso, reservado”. Como
siempre, nada mejor que acudir al diccionario para hallar allí
compendiadas fielmente todas las consignas de una cierta tradición
filosófica, metafísica, ópticofonocéntrica,
entendiendo por ello el prejuicio fundamental concedido a la visión y al
oído como metáforas privilegiadas del conocimiento como la venida a
presencia, la manifestación de lo ausente separado por algún tipo de
obstáculo, la desocultación de lo escondido, encriptado o de lo que se
calla en silencio, la presuposición de unas oposiciones rígidas entre
ámbitos perfectamente delimitados: espiritual/material,
interioridad/exterioridad, presencia/ausencia, significado/significante.
Así habría un modo de secreto para el ámbito del significado espiritual
presente a la interioridad de la conciencia vehiculado a través del
silencio de la voz y un modo de secreto del ámbito del
significante material exterior a la conciencia vehiculado por la
cripta, el ocultamiento de la visión. El secreto oral de
la conciencia se calla o se dice, el secreto escrito se oculta o se
muestra. En última instancia siempre llegamos a la interioridad
espiritual utópica de la voz de una conciencia
silenciosa que custodia el secreto a voluntad como su (no) querer decir
más propio, teniéndolo presente para sí inmediatamente en todo instante.
El máximo de privacidad, de intimidad, de interioridad hacen (más)
secreto al secreto, siempre amenazado de salir al exterior, de hacerse
público, de convertirse en un secreto a voces. En este sentido, el
secreto escrito representaría para esta tradición un modo degradado de
secreto, una caída en la exterioridad del significante, de la publicidad
de la escritura fuera del autocontrol de la conciencia que sólo podrá
conservar ya el secreto de lo escrito guardando silencio de nuevo acerca
del lugar en donde se halla escondido, del código privado en que se
encuentra cifrado el mensaje, etc. El archivo como registro en un
soporte exterior significante (escritura, grabación, filmación, disco
duro) de un significado cualquiera aparece así como la noción más
contradictoria al secreto oral de la conciencia. “Por definición,
del secreto mismo no puede haber archivo”[1].
Podríamos decir que el secreto es utópico, ajeno a la
materialidad espacial de cualquier tópos afónico exterior
al no-lugar que representa la phoné.
Henos aquí pues ante el secreto como el (no) querer decir más propio de
la conciencia refugiada en la idealidad utópica de una verdad silenciosa
reacia a caer en la exterioridad material del significante. El secreto
como la esencia, la realización última, el rendimiento máximo, la
culminación, la piedra angular de la construcción del sujeto intencional
llevado al límite que se oye hablar a sí mismo en una autopresencia
ininterrumpida fuente y origen de toda otra evidencia. Una conciencia
que calla como un muerto. Una conciencia que sueña con
llevarse su secreto a la tumba. Que prefiere morir antes que
revelar su secreto, atragantarse a cada paso con una cápsula de cianuro
antes que someterse a un interrogatorio que transformara en gritos su
mutismo. Una conciencia asediada de continuo por la posibilidad
necesaria de su autodestrucción, de su muerte, para perpetuarse como
tal, mantenerse pura. Una conciencia abocada al suicidio, a sobrevivir,
a enterrarse muerta en vida para conservar su (no) querer
decir. El secreto, también puñal, arma[2],
conduce inexorablemente a la autoaniquilación de la conciencia. El (no)
querer decir porta implícitamente su propia muerte como su imposible
posibilidad. Sólo el silencio anónimo de la tumba está a salvo de la
amenaza de la exterioridad pública del secreto a voces. El secreto se
constituye así en definitivo arrêt de mort[3]
de la conciencia que camina en un difícil equilibrio entre dos abismos
hacia los que no puede evitar precipitarse vertiginosamente: “Si
vous ne me tuez pas vous me tuez”[4].
Secreto como aplazamiento, detención de la muerte del
sujeto que supondría la publicidad absoluta, la transparencia, la caída
en la exterioridad de su voz callada. Secreto como sentencia de
muerte de ese mismo sujeto que no puede detener su muerte,
seguir pensándose como el guardián del secreto, custodio de su (no)
querer decir más que inmolándose a él sacrificialmente. Una conciencia
que hace posible el secreto a condición de hacerse ella misma imposible.
La más fiel guarda del secreto implica estructuralmente la muerte del
secretario. El secreto funciona siempre en ausencia de su portador. “Yo
estoy muerto”[5].
Secreto como última voluntad del sujeto. Voluntad que llega a su
culminación queriendo su propio fin. Economía testamentaria que
relaciona al sujeto con su propia muerte como voluntad última[7].
Lo que se guarda en secreto adquiere necesariamente carácter de
testamento, anuncio efectivo de la propia desaparición. Testamento que
condena a muerte, que, como el secreto, ya no necesita de abajo firmante
pues funciona en vacío de modo necesario. “Hace más de 15 años, me
vino una frase, como a pesar mío, más bien se me (re)apareció,
singular, singularmente breve, casi muda. Yo la creía sabiamente
calculada, dominada, sometida, como si me la hubiera apropiado para
siempre. Ahora bien, desde entonces debo rendirme a cada paso a la
evidencia: la frase había prescindido de toda autorización, había vivido
sin mí. Había vivido siempre sola”[8].
Vástago filial que venido al mundo le cuesta la vida a su padre. El
secreto implica pues, llevado al límite, la muerte de aquél que, sólo
él, en última instancia sabe determinar el sentido unívoco, la
referencia, la verdad. Sólo es pensable a partir de la muerte del autor,
del padre, de la ausencia de firmante, inscribiéndose así en la lógica
de la diseminación como aquello que nunca vuelve al padre, al origen.
Mas la ausencia de firma, de referente, de sujeto, no es otra cosa que
la escritura[9].
El secreto como (no) querer decir de la conciencia parecía ocultar así
violentamente un necesario devenir escritura del secreto. Un modo
distinto y singular de concebir lo inconcebible: el secreto escrito, el
secreto archivado en la exterioridad de un soporte (no como copia,
representación de la voz, lo que suponía una degradación, un
alejamiento, un innecesario olvido del original, una destrucción al fin
del secreto mismo por hacerse exterior y público, al alcance de todos
sin guardianes ni leyes que lo custodien) como la “posibilidad de
decirlo todo sin afectar al secreto”[10],
un secreto a voces que sin embargo permanece secreto. La marginación, la
secundariedad accesoria del secreto afónico escrito, como
suplemento innecesario y aún peligroso para la integridad del secreto de
la phoné se ve de esta forma subvertida por la lógica
misma del suplemento. En efecto, el añadido, lo prescindible y
superfluo, el archivo de la voz, viene a suplir a la voz misma que
pretendía excluirlo como lo espurio e indeseable. El secreto escrito
habitaba ya desde siempre la pretendida interioridad inmaculada de la
conciencia silente como su posibilidad más necesaria, el secreto del
secreto, introduciendo una escisión tópica en la
espiritualidad utópica de la voz-conciencia del
sujeto escindido así por la secesión (se-cernere)
del secreto como corte, trazo de la différance. “La
différance es lo que hace que el movimiento de la
significación no sea posible más que si cada elemento llamado
«presente», que aparece en la escena de la presencia, (se) remite a otra
cosa que a sí mismo... Es preciso que un intervalo lo separe de lo que
no es él para que sea él mismo, pero este intervalo que lo constituye en
presente debe dividir también al mismo tiempo el presente en sí mismo,
dividiendo de este modo, con el presente, todo lo que se puede pensar a
partir de él, es decir, todo ente, en nuestra lengua metafísica,
especialmente la sustancia o el sujeto”[11].
La característica más esencial de la conciencia es precisamente lo
que la hiere de muerte, la divide a cada instante por el espaciamiento,
el abrirse paso (Bahnung) del secreto que sólo puede
perpetuarse, conservarse, mantenerse en un nuevo abrirse paso, en una
nueva escisión, huella sobre huella que no remiten a un origen, a una
huella primera presente imborrable, inolvidable como el secreto de la
phoné sino a la repetición en el origen mismo de un se-cernere
para el que no habría primera vez. El secreto alberga siempre una cierta
performatividad instituyente, un abrirse paso hacia lo inanticipable,
una invención constante que nada tiene que ver con el anquilosamiento de
la autoconstatación del oirse hablar la consciencia en su propio
presente inmediato. “Testimoniamos de un secreto sin contenido,
sin contenido separable de su experiencia performativa, de su trazar
performativo”[12].
El secreto como custodia de la totalidad de un sentido, una verdad
acerca del pasado o un futuro profético que alguna vez fue o será
presente y que se mantiene oculta por aquél que sabe, va a adquirir en
el secreto como escritura una dimensión por completo ajena a la
temporalidad del presente inmediato de la conciencia. La escritura en su
juego incesante de envíos y reenvíos, de devenires inmotivados de los
significantes no sometidos a la vigilancia de una totalidad ideal
preexistente de sentido presente en alguna conciencia, excluye la
posibilidad de concebir el secreto como unicidad, singularidad
irreductible y unívoca de una verdad por sí misma evidente y que por
ello ha de mantenerse oculta. No hay lugar para desmistificaciones,
pesquisas ni desvelamientos en un secreto sin contenido que se anuncia
como heterogéneo al saber, al conocimiento, a la verdad, a lo posible,
al juego de transparencias y desvelamientos de los archivos de la
democracia, secreto que se anuncia como lo impresentable mismo, como el
incalculable porvenir de un cierto apocalipsis que “sólo puede
anticiparse bajo la forma del peligro absoluto...lo que rompe
absolutamente con la normalidad constituida y, por lo tanto, sólo puede
anunciarse, presentarse bajo el aspecto de la
monstruosidad”[13].
Una catástrofe apocalíptica por venir que en absoluto podrá ser ya
comprendida como desvelación y venida a presencia de la verdad[14],
sino como el acontecimiento de un cierto apocalipsis sin apocalipsis
lejos de cualquier tranquilizador fin de la historia, de la filosofía,
en la clausura perfecta de un saber absoluto donde ya no hubiera
secreto, pues la apertura a lo absolutamente otro que representa la
escritura del secreto, el secreto ejemplar de la literatura como envíos
sin destinatario ni remitente decidibles, sin destino cierto previsible,
sin mensaje unívoco, permite y hace necesaria precisamente la insólita
posibilidad de decirlo todo sin afectar al secreto,
la irreductibilidad del secreto en su devenir escritura (no replegado ya
en la violencia de su propia mismidad) como alteridad no reapropiable.
“«He olvidado mi paraguas.»
[...]
Ahí hay secreto. En (el)lugar de la literatura. Ahí hay literatura. En
(el) lugar del secreto. Literatura: escritura del secreto. Donde el
genitivo “de” se hace indecidible. Incluso imposible. La literatura
indica la emancipación del origen, del génesis de los Libros Sagrados,
del progenitor: sólo así es testimonio del secreto de la escritura, de
la escritura del secreto. Genitivo objetivo o subjetivo incapaz de
establecer una relación de pertenencia, de pertinencia, entre escritura
y secreto que a nada ni nadie pertenecen en propio y menos al padre
expropiado. Toda relación establecida en términos de propiedad sería
impropia y quizá por ello la única posible. Por su imposibilidad misma
la más (in)apropiada. Literatura como secreto ejemplar. He
olvidado mi paraguas como literatura ejemplar que da testimonio
del secreto. Literatura escindida de todo contexto explicativo,
omniabarcante, que pudiera fijar un sentido, un significado verdadero,
integrándolo en un todo del que formara parte. Literatura escindida del
querer decir del autor y de su firma. “Quizás un día, con trabajo
y suerte, se podrá reconstituir el contexto interno o externo de ese
«he olvidado mi paraguas». Ahora bien, esa posibilidad
fáctica no impedirá nunca que en la estructura de este fragmento esté
implícito... que pueda a la vez permanecer por entero y para siempre sin
otro contexto, escindido no sólo de su medio de producción, sino de
cualquier intención o querer-decir de Nietzsche, manteniéndose en
principio inaccesibles ese querer-decir y esa firma apropiante. No es
que ese inaccesible sea la profundidad de un secreto,
puede ser inconsistente, insignificante. Quizá Nietzsche no quiso decir
nada o bien quiso decir muy poco, o cualquier cosa, o incluso finge
querer decir algo”.[16]
[El secreto escapa a la lógica del (no) querer decir metafísico de la
que siempre es(tá) presa una cierta psicología de las profundidades. Es
irreductible a la interpretación de cualquier lapsus, acto fallido. El
secreto no se desvela por distracción o descuido en el étourdit
del psicoanálisis, que no consigue desmontar totalmente el sujeto
del secreto y sigue creyendo pese a todo en el secreto del sujeto,
reapropiable en una nueva operación que se parece demasiado a la
hermenéutica, a nuevos modos de custodiar, interpretar y administrar el
secreto. “Legible como un escrito, ese inédito puede permanenecer
para siempre secreto; no porque detente un secreto, sino porque siempre
puede carecer de él y simular una verdad oculta entre sus pliegues”[17].]
(In)cierto secreto. Siempre se habla de un cierto secreto precisamente por lo incierto del secreto, del acertijo que se sueña con acertar. Y nunca dejamos de hablar de lo mismo cuando supuestamente es de lo absolutamente otro de lo que habría que ocuparse. El secreto parece imponer por decreto una indecidibilidad radical, una tautología-heterología indiscernible. Segregados de un discurso sobre el secreto para siempre, sólo parece quedarnos la (in)discreción de la literatura: la posibilidad (in)discreta de decirlo todo sin afectar al secreto. Condenados a escribir, a hablar del secreto sin secreto. Resto indiscernible como la ceniza misma. Escribir el secreto una y otra vez como el que cierne harina y se le escapa cada vez de entre los dedos. Nada queda en el cernedor de la literatura: “allí donde sin embargo todo es(tá) dicho y donde el resto no es nada -más que el resto, ni siquiera literatura”[20]. El secreto es lo que no se puede discriminar. Resiste a la discriminación, a la segregación más allá de cualquier debe. Cuando se aplasta lo secreto, lo separado, lo otro, necesariamente se discrimina. El secreto no discrimina como tampoco la literatura, siempre necesitada de una cierta no-censura que se haga cargo de su incertidumbre. Lo intolerable siempre es lo incierto. Y el enemigo nunca es incierto. Ni mucho menos secreto. El enemigo no puede ser indecidible. De otro modo no se le podría abatir acertándole de un golpe certero. El secreto pone fin, apocalípticamente, a la política, a una cierta política, a una cierta democracia -constituída a partir siempre de un Libro- para la que no existe lo incierto. Pero es necesario no obstante seguir hablando de política, de democracia, seguir hablando con el enemigo/amigo a partir de la incertidumbre radical de lo indecidible. Sólo ante el apocalipsis sin apocalipsis, la literatura que ya no es Libro, que no desvela ninguna nueva verdad, que no supone el fin, la clausura de ningún saber absoluto que hubiera conjurado el secreto, que por tanto nos deja separados, alejados, apartados de cualquier fundamento, origen o arkhé al que agarrarnos en última instancia para deducir de ahí tranquilizadoras pautas de comportamiento, nuevas casuísticas capaces una vez más de discriminar lo más acertado en cada situación, sólo a partir de este espacio, de este lugar, sólo en este receptáculo, en esta khôra, puede tener lugar, puede haber sido per-donado el lugar, sólo a partir de este per-don como olvido del lugar podremos comenzar a decidir responsablemente, en política, en democracia. Y con urgencia cierta. Quizá, seguramente, decididamente tengamos que comenzar por hablar de lo mismo, de lo mismo que hablamos aquí, de lo mismo que hablamos siempre, i.e., de lo absolutamente otro, del otro sin más: de secreto y de la familia del secreto, de segregación, de discriminación, de crimen, de crisis, de indiscreción, de discernimiento. Siempre está la familia de por medio. La democracia se muere por el secreto de familia. Mejor quizá, la democracia se muere por la familia del secreto, de cernere, de horízô, de khôra. La familia está en crisis. Una crisis que se quiere solucionar por decreto de familia. En la crisis también se discierne un cierto secreto. El fin de la familia es la democracia. Origen de todas las violencias. El fin de la familia es la democracia por venir. También khôra está en crisis. Khôra: espacio intermedio de tierra, trecho, intervalo, emplazamiento, sitio, lugar, posición, situación, categoría, consideración, cargo, país, región, comarca, país natal, patria, tierra, suelo, territorio, propiedad, finca, posesión rural. Khôra, la que da el lugar, con la radicalidad del per-d(on)are, la donación absoluta, el don por excelencia, el per-don, el olvido del lugar. Khôra, la tierra, el país, la nación, la patria. ¿Cómo pensar la violencia de tantos nacionalismos, porque no hay un concepto único de lo que necesariamente es siempre más de uno, siempre se enfrentan al menos dos nacionalismos, la violencia de las llamadas guerras entre hermanos, guerras en familia, si no es a partir de la familia y de khôra mismas, de otra khôra y otra familia, en deconstrucción? Ahí hay cierto optimismo. Quizá. Secreto. “Lo Uno se guarda de lo otro para hacerse violencia”[21]. Violencia de las instituciones que guardan el secreto, el secreto uno y único frente al otro que también es uno. Violencia de la familia que guarda el secreto y se guarda del secreto, de su segregación, de su disolución. Sujeto que se hace violencia en la guarda de su secreto, violencia asesina para con el otro, violencia suicida en su autoinmolación. Religiones que guardan su secreto fundamentalis(i)mo. Puede quizás, seguramente no, siempre cabe la incertidumbre, que todo responda a la violencia que se hace la familia del secreto, de khôra. El padre, la madre, el origen, la raíz, (cernere, horízô, khôra) se hacen violencia. De este doble gesto violento (hacerse violencia lo uno a sí mismo y transformarse lo uno en violencia frente a lo otro) y de lo inanticipable de sus consecuencias nace una incontenible pasión por la democracia. Una pasión que no es mártir de ninguna fe, de ninguna verdad. Una pasión por el secreto. Quizá. Mas puede que no haya lugar siquiera para decir esto, todavía. Son demasiados los ilustrados, los iluminados, los fanáticos del apocalipsis de la buena conciencia, los desmistificadores, cernícalos en ciernes, que aún se creen capaces de discernir, buscar, desenmascarar, desvelar y sacar a la luz la verdad escondida en el testimonio de la literatura, en este nuestro testimonio literario en el que confesamos sin tener por qué hacerlo ante los que saben, los que desde siempre han sabido, una desmedida pasión por el secreto. La confesión llega tarde, dirán. Y aún se atreverán a publicar y a traducir lo intraducible del secreto: “Vuestra pasión por el secreto -que escribirán sin la inclinación, sin ese desafío a la verticalidad, a la rectitud que supone la cursiva, ese aborrecer el origen, el sentido unívoco, el padre, que inscribe la bastardilla- nos es desde hace tiempo conocida. La deconstrucción como pasión por el secreto: la deconstrucción como oscurantismo”. Quede por tanto nuestro testimonio en secreto de confesión, tan cerca y tan lejos de la literatura.
Paco Vidarte
Résumé de l’article
A partir de la notion traditionnelle du secret comme le (ne pas)
vouloir-dire le plus propre du sujet intentionnel, nous aborderons aussi
bien les conséquences que les implications socio-politiques que cette
conception suppose en ce qui concerne la transparence du système
démocratique actuel, lequel est, à son tour, indissociable d’une
certaine stratégie d’exorcisme et de conjuration de tout secret. La
chance d’une démocratie à venir qui ne se vante pas elle-même d’être la
fin de l’histoire passera nécessairement par la littérature comme le
devenir-écriture de la privacité du secret oral: “la chance de tout dire
sans toucher au secret”.
Abstract
Starting from the traditional notion of a secret as the intentional
subject’s (not) wanting to say anything more, Vidarte approaches the
socio-political implications and consequences that this notion has in
regard to the transparency of today’s democratic system. This system is
undetachable from a certain strategy whose aim is to exorcise all
secrets. The possibility of a prospective democracy that does not think
of itself as the end of history must necessarily deal with the becoming
writing of the intimacy of the oral secret, with the litterature
considered as “the possibility of saying everything without affecting
the secret”.
[1]DERRIDA,
Jacques, Mal d’Archive, Galilée, Paris,
1995, pág. 154.(Todas las citas de Jacques Derrida están
traducidas por mí).
[2]Según
reza la décimoprimera acepción de la palabra secreto
del DRAE (Vigésima Edición).
[3]Cfr.
DERRIDA, Jacques. Parages, Galilée, Paris, 1986, pág. 153
y ss.
[4]
Loc. cit.
pág. 162 y ss.
[5]DERRIDA,
Jacques, La voix et le phénomène, PUF, Paris,
1967, pág. 108 y ss.
[Trad. cast. Pre-Textos, Valencia, 1985, pág. 158 y ss.]
[6]FREUD,
Sigmund, Estudios sobre la histeria, Obras
Completas, Vol. II, Amorrortu, Buenos Aires, 1993, p. 139.
(Subrayado mío)
[7]"El
espaciamiento como escritura es el devenir-ausente y el
devenir-inconsciente del sujeto... Como relación del sujeto con
su muerte, este devenir es la constitución misma de la
subjetividad. A todos los niveles de organización de la vida, es
decir de la economía de la muerte. Todo grafema es de
esencia testamentaria". (DERRIDA, Jacques, De la
Grammatologie, Seuil, Paris, 1967, pág. 100)
[8]DERRIDA,
Jacques. Feu la cendre, Des femmes, Paris, 1987,
pág. 7.
[9]"...
la ausencia de firmante... la ausencia de
referente... la escritura es el nombre de estas dos
ausencias". (De la Grammatologie,
op. cit. pág. 60). "Y la ausencia
original del sujeto de la escritura es asimismo la de la cosa o
el referente" (Loc. cit. pág. 100-101)
[10]DERRIDA,
Jacques, Passions, Galilée, Paris, 1993, pág. 67.
[11]DERRIDA,
Jacques, Marges de la philosophie, Seuil, Paris,
1972, pág. 13 y 14.
[Trad. cast. Cátedra, Madrid, 1989, pág. 48.]
[12]Passions,
op. cit.
pág. 56.
[13]De
la Grammatologie, op. cit.
pág. 130.
[14]"...verdad
como verdad revelada de un secreto sobre el fin o del secreto
del fin. La verdad misma es el fin, la destinación y que la
verdad se desvele es el advenimiento del fin...por ello no
habría verdad del apocalipsis que no fuera verdad de la
verdad...El fin comienza, significa el tono apocalíptico".
(DERRIDA, Jacques, D’un ton apocalyptique adopté naguère
en philosophie, Galilée, Paris, 1983, pág. 69-70.)
[15]DERRIDA,
Jacques, Éperons, Flammarion, Paris, 1978, pág.
103-104.
[Trad. cast. Pre-Textos, Valencia, 1981, pág. 83-84.]
[16]Loc.
cit.
pág. 105. [Trad. cast. pág. 85.] Subrayado mío.
[17]Loc.
cit.
pág. 111. [Trad. cast. pág. 89.]
[18]Secreto:
huésped que da posada
(Décima acepción registrada por el DRAE).
[19]DERRIDA,
Jacques, Khôra, Galilée, Paris, 1993, pág. 36.
[20]Passions,
op. cit.,
pág. 64.
[21]Mal
d’Archive, op.cit.,
pág. 125.
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