Desarrollo personal
Algunos textos podrían presentarlo así: ¿Por qué debería importarme mi desarrollo personal? Otros, apelando al imperativo: Trabaja en tu desarrollo personal para lograr (¿aquello que quieras?). Algún otro se abstendrá de las etiquetas y sólo se abocará a desarrollar alguna ideas acerca de lo que hacemos mal, cómo y por qué deberíamos evitarlo.
¿Es que no estamos desarrollados personalmente? ¿De qué hablamos exactamente cuando nos referimos a este tema?
La respuesta quizás no haya que buscarla en nosotros, sino más allá. En el otro.
Venimos al mundo como seres premaduros y no podemos sobrevivir sin uno otro que nos reciba y nos asista. La madre o la que persona que cumpla esa función. Esa que nos asiste nos introduce a la cultura a través del lenguaje… tal como la conoce. Como se la enseñaron a ella. Eso significa que lo que nos transmite tiene límites. No es un legado ideal. La mediación de ese constructo que es la cultura ( y no solamente alimento) de quien nos la transmite es el cimiento con el que empezamos nuestra formación, primero en casa y luego atravesando las diferentes etapas de la escolarización y la formación. No se trata de una cultura en abstracto, sino la que nos transmite la madre, la familia, el grupo de crianza.
Cuando salimos al mundo, allí ya está repleto de jugadores con diferente grado de experiencia. En ese afuera que llamamos sociedad, en la que intercambiamos lo que necesitamos por lo que sabemos, ya hay otros actores jugando, hay intereses diferentes, conviven modelos de pensamiento que son absolutamente disímiles entre sí y respecto al que portamos nosotros.
¿Cuál es la verdad? ¿Cómo se juega a ese juego que parece que juegan todos? En casa no me dijeron nada de esto. Un día estás desorientado y un libro que cayó accidentalmente en tus manos te dice: Hay que moverse. El primer paso no te lleva adonde quieras ir, pero te saca de donde estás. Impactante! A lo mejor te dijeron algo de eso en tu casa y a lo mejor no.
¿Y qué tal que un día te encuentres con un autor como Stephen Covey, que te explica —con un título algo rimbombante, es cierto—, que los siete hábitos que más te ayudarán a hacer todo lo que quieras hacer en tu vida, y por eso deberías desarrollarlos, se dividen en tres grupos: tres corresponden a la esfera de tu vida privada, tres a la de tus relaciones con los otros y a la séptima le llama afilar el hacha, contando una hermosa parábola de una contienda entre dos leñadores.
Difícilmente te hayan enseñado eso en casa, porque el mundo no era como es ahora, cuando eras un niño. Hoy el crecimiento de la información y el conocimiento es tan veloz y determina tantos cambios, que nunca se termina de aprender lo que se necesita saber para moverse en el mundo de hoy.
Entonces, desarrollo personal, también puede pensarse como una estrategia de actualización permanente para aprender a llevar el timón de tu propio barco, todo el tiempo que puedas, o cómo aprender a sostenerte enfocado cuando las cosas no salgan como esperabas, y tantas aptitudes (que se apoyarán siempre en actitudes) y que encontrarás en los buenos libros de este género que se llama desarrollo personal.