Experiencia de transmisión
¿Cuán eficaz puede ser una experiencia de transmisión cuando alguien se para frente a una audiencia y comienza a desplegar un tema? Dejemos -por ahora- de lado las particularidades del orador, de la audiencia y de la especificidad temática y tratemos de pensar en cómo se transmite.
Hace algún tiempo vengo pensando que este aspecto es clave en el aprendizaje efectivo e incide directamente en la capacidad de involucramiento que pueda desarrollar después el sujeto, en relación con esos saberes.
Exponerse a un seminario no es lo mismo que tomarlo. Podría decirse que hay allí una diferencia de intensidades. Para seguir con el giro que usa Rancière, hablando de la asociación entre el espíritu y la voluntad en relación al aprendizaje (mencionado en esta presentación), en un caso el discurso que se escucha, tiñe (cuando alguien se expone a él) y en el otro impregna (cuando alguien lo toma).
Esta diferencia de intensidades configura su correlato en los resultados. Probablemente el que se va de un seminario al que ha sido expuesto, se lleva consigo la arquitectura de la ceremonia: allí adelante hubo un orador, que puede haber resultado más o menos interesante, acá estaba yo. Lo que media entre ambos es un hiato. La problemática planteada ocupó exactamente el espacio que hay entre el inicio y el final de la exposición. Y quedó allí.
Cuando la intensidad ha sido mayor, tanto como para impregnar a la audiencia con la problemática, (generalizando) se podría decir que lo que ésta se lleva de allí es trabajo para el camino y probablemente para mucho después. Semillas de sinergia. Comunicación efectiva pero también inquieta emoción disparada.
Este efecto no está movilizado tanto por la data que se transmite sino por la metadata: cómo se construye el relato: dónde se pregunta, dónde se responde, cómo se afirma, dónde se refuerza y cómo se despliega, usando qué medios. Es lo que podríamos llamar la carga dramática que le pongamos a la puesta en escena.
Bertoldt Brecht, desarrolló una técnica narrativa para luchar desde su arte contra el histrionismo de Hitler. Le llamaba teatro épico o del distanciamiento. Mediante este artilugio esperaba impedir que el espectador se identificara instintivamente con el texto y confundiera el drama con la realidad. Quería llevarlo hacia la reflexión. Incomodarlo.
El mecanismo de identificación, literalmente desconecta el mando de la razón y lo pone en manos de un agente externo. Por esa vía queda expedito el camino al puro placer, al que el expectador se entrega, sabiendo -en algún lugar- que participará de la fiesta, pero otro se ocupará de los platos que se rompan. A él siempre le quedará el recurso de volver a reconocerse afuera del compromiso directo. De tantear la butaca y constatar que la acción sucede lejos de su cuerpo.
En los efectos, esto es muy parecido a lo que le sucede a quien se expone a un relato con forma de conferencia, en el modelo de la frontalidad: con los más y con los menos, el lugar que le queda para ocupar es el de la pasividad.
En el tema de la capacitación entre pares, y sobre todo cuando aparecen involucramientos con mediaciones tecnológicas, operan además algunas barreras paradigmáticas que potencian el efecto tragicómico formateado como dejo la cara y me voy.
Tirando de estas y algunas otras cuestiones fui dando con el modelo de exposición que quería llevar al ciclo de Laura Capella.
Como además iba a hablar de tecnicidad, se me ocurrió que debía utilizar todos los recursos narrativos que pudiera encontrar disponibles en la Sala del Bernardino Rivadavia.
Empecé por esconder todo rastro de mi formación, poniéndolo en el programa de manera explícita, para que no pareciera una omisión involuntaria:
El autor considera que no tiene relevancia alguna exhibir a priori su recorrido académico. Se trata de hacer foco en lo que se dice y no en quien lo dice.
Finalmente, lo que armé fue una presentación, en la que me propuse dar mucha información conceptual, a buen ritmo, sustentada sobre datos que pudieran ser fácilmente corroborados por la propia experiencia de quien escuchaba. Para eso, me apoyé en una introducción (casi constructivista) explicando qué son los paradigmas, a través de ejemplos de diferente tipo y mostrando dónde operaban concretamente en cada caso.
En el plano formal, la pantalla de la presentación, corría sóla a veces (toda la primera parte, con las adivinanzas y los juegos), otras veces yo hablaba encima de los textos y otras hablaba desde una grabación, que salía sin previo aviso. A veces había imágenes atractivas y a veces solamente había texto. En un momento conté un cuento y más adelante leí otro cuento y lo pasé grabado. La idea era que, nadie pudiera suponer qué pasaría en la siguiente placa… y que a lo largo de los 40 minutos que tenía, todo el mundo estuviera pendiente de la presentación.
A juzgar por los comentarios recogidos (muchos de ellos excesivamente generosos) la experiencia funcionó.
Dejo el slideshow (sin la sincronización ni la integración que tuvo en la presentación, porque mi tecnicidad no lo permite por ahora) y el audio del cuento del Capitán Sachs.
El otro audio y el texto están el el post: Frontalidad en el modelo de aprendizaje.
Lxs invito a seguir la conversación por aquí, en este espacio.
Categoría: Culturas, Tips y TICs