Fanatismos, intolerancias, cerrazones y terquedades

| 13 septiembre, 2011 | 0 Comentarios

por María del Carmen Marini

confrontationHay quienes sostienen de algunos fanatismos, algunas intolerancias, cerrazones y terquedades tienen que ver con la nacionalidad, con la idiosincrasia del lugar en que se vive. Con las cosas que se mamaron, con las cosas que hacen al estilo de relacionarse con los otros y consigo mismo.

Pero ¿será así? He leí­do que cuando dos argentinos discuten, es raro que uno de ellos diga: No acuerdo con lo que usted plantea, sino que dirá: Usted está completamente equivocado! Cuando eso sucede, me quedo sorprendida.

En ocasiones, esos fanatismos, intolerancias, cerrazones y terquedades han tenido que ver con la jerga propia de determinados grupos. En un tiempo, para elogiar a alguien se decí­a : Está bien situado. En realidad lo que querí­a decir es que pertenecí­a a la misma parroquia. También para referirse a las propias convicciones, supe escuchar Esa es mi verdad. Mi asombro era proporcional a la contundencia de mi interlocutor

He pensado que una de las peores formas de necedad es argumentar respecto a que la edad, o el género o la profesión, o alguna pertenencia (ideológica, social, religiosa) dan patente de sabidurí­a.

Así­ como si ser adulto, varón, heterosexual y rico o poseer ciertos saberes especí­ficos, dieran certeza e infalibilidad. (La maestra que habla desde la cátedra, o el médico que dice desde el pedestal, el abogado o el psicoanalista que usa su vocabulario técnico en lo cotidiano)

El zorro sabe por viejo, a menos que sea un zorro pelotudo. O sea que creo, la edad no es garantía absoluta de nada.

Y no es grave decir estupideces, todos las decimos alguna vez. Lo grave es decirlas con énfasis.

Así­, el artí­culo de José Pablo Feinmann, de este sábado que llamó Bólido, me despertó resonancias. Y quiero decir antes de seguir, que leo a Feinmann. Lo leo, lo cito y muchas veces me quedo retrabajando sus aportes. Pero esta vez patinó, mostró la hilacha y si me animo dirí­a que hizo pis fuera del balde. (O meó fuera del tarro como dicen los muchachos).

Inmediatamente de leer su nota recordé lo vivido por una niña, que relató hace años en una crónica que se llamó La clase de labor.

En ella comentaba las vicisitudes de la hija de una amiga en la escuela y su desencuentro con su maestra. Cito un fragmento:

Habían pedido a las niñas de sexto grado que trajeran lanas de colores y agujas Nº 3, que iban a enseñarles a hacer una cosa muy bonita. Mariel había querido ir a las clases de taller, no de labor. No había llevado lana ni agujas y se negaba a trabajar, la maestra intervino para ver que pasaba. ¿Qué pasaba con qué? ¿Con el tema del tejido como actividad escolar? ¿Con el tema de las actividades supuestamente femeninas? ¿Con el tema de la obediencia irrestricta a todas las órdenes? Debió ser bastante desconcertante la negativa de Mariel a tejer, como lo hubiera sido la negativa de cualquier pibe a cualquier cosa. En las escuelas, en general, no se espera que los alumnos se nieguen a cumplir lo prescripto. No se espera que se nieguen. No se espera nada.

La maestra planteaba lo sorprendida que estaba de que una niña tan linda no estuviera dispuesta a prepararse para ser una mujer€. Mariel contestó que pensaba que: – Tejer no era la mejor manera de prepararse para ser una mujer.

Grave ofensa. ¿Cómo se puede dudar de las implicancias de uno arriba, uno abajo en los cuestionamientos filosóficos, éticos, psicoevolutivos en el crecimiento de las jóvenes hacia su destino adulto?

Entonces preguntó: -¿Cómo que tejer no era la mejor manera… Acaso tu mamá no teje, no lava, no plancha? Es de mujeres el atender la casa, tener la ropa en orden, cocinar, coser, tejer…! (Chorreando ideología patriarcal).

A lo que Mariel contestó: -Pero yo creo que ese es un modo de ver que depende de que vivimos en una sociedad machista…- (También chorreando ideología, pero contestataria).

Algo estalló en la maestra que barbotó: -¡Vos sos muy gurrumina, tenés que tomar mucha sopa para llegar a crecer y pensar como se debe!-

¿Quién está capacitado para decir cómo es que se debe pensar? ¿Quién puede ser tan osado o tan soberbio? La respuesta fue: -Cuando crezca, yo preferiría seguir pensando como pienso ahora-.

Las reflexiones del artí­culo de Feimann que me trajeron este recuerdo surgieron al leer:

€œTengo, a menudo, ganas de decirle a alguien que es un tarado. Si ya boludo se licuó (no sé por qué), ¿cómo se le dice a un tipo que es un imbécil, un idiota? En un programa de TV dije de alguien que era un mongui y no faltó quien llamara para pedir que me dijeran que eso era una ofensa. No, aclaro mi posición. Quiero poder todavía decirle a un tarado que es un tarado. Y sigo aclarando: cuando diga eso no me voy a referir en absoluto a ningún minusválido. No, al tarado le voy a decir: Vos sos un tarado pero no naciste tarado. Nada te condenó a ser tarado. No tenés ni una sola malformación o inadecuación en tu cerebro. Sos un tarado por entera responsabilidad tuya. Porque vos solito te hiciste un tarado. Te hiciste un idiota. Porque aunque tenés todas tus neuronas sanas pensás mal, argumentás mal, razonás mal, decidís mal, elegí­s mal, viví­s mal, tenés el vicio incurable de equivocarte, de no saber distinguir entre algo bueno y algo malo y encima acusar a los que sí lo saben de estar equivocados, en suma: estás re-sano, pero sos un tarado. Porque la taradez no es una enfermedad, es una elección moral. Uno se hace un tarado o se hace algo valioso. Uno se hace a sí­ mismo. Bueno, entonces vos sos absolutamente responsable del inmenso pelotudazo, del inconmensurable tarado, del infinito idiota que sos. (Las negritas son mí­as)

Y aquí yo me pregunto si no hay un hilo conductor entre 1) el discutidor que dice: Usted está completamente equivocado, 2) el compañero de hace años que decí­a que estaban bien situados aquellos que compartieran sus preferencias ideológicas y/o partidarias, 3) la maestra de Mariel que le decí­a que cuando dejara de ser una gurrumina tomando mucha sopa, recién entonces iba a llegar a pensar como se debe y 4) la afirmación de Feinmann de que se equivoca aquel que hace elecciones morales diferentes a las que harí­a él, Feinmann, que supuestamente elige bien, distingue entre lo bueno y lo malo, se hace a si­ mismo como valioso y no es un inmenso pelotudazo, un inconmensurable tarado, un infinito idiota que tiene el vicio incurable de hacer elecciones morales equivocadas. (cito sus palabras)

Y a mí­, que a veces se me hace difí­cil saber si estoy en lo cierto o equivocada. Que me cuesta saber si estoy bien situada. Que jamás le dirí­a a un niño, ni a un adolescente, ni a un adulto ni a un anciano, como debe pensar, que sobre todo no plantearí­a que porque alguien no coincide con lo que yo postulo es un idiota, me quedé pegada a su texto. Texto tan taxativo, tan inflexible.

Y después de recordar a la maestra de Mariel, recordé a otros que como ella (desde un lugar de poder) afirmaron cosas con gran seguridad. Hubo algún oscuro personaje que había leído las obras filosóficas de Sócrates y las novelas de Borges (Sócrates nunca escribió y Borges escribió cuentos y poemas) y se había mostrado igualmente enfático.

Y también rememoré que Aldo Rico supo decir: Yo no dudo, los soldados no dudan. La duda es una jactancia de los intelectuales. Y sin considerarme una intelectual, ni frecuentar la academia, la duda es una compañía frecuente. Y juro que no me jacto de ella, pero contrariamente a los que pisan fuerte, hablan alto y se muestran tan contundentes, creo que hay que detenerse y barajar y dar de nuevo.

Por otro lado si me encuentro cuestionando a Feinmann, es porque este texto me resulta contradictorio con otros escritos. Y yo lo admiré en algunos que me convocaban planteando la multiplicidad y diversidad de lo humano.

Supo escribir:

los grandes novelistas no han insistido sólo por incomodar a las conciencias burguesas con el tema de la complejidad del hombre. El caso más célebre es el de Stevenson y su dualidad Jekyll-Hyde. Pero el mensaje menos transitado de la novela es: en todo Jekyll hay un Hyde. Esto elimina el dualismo. Henry Jekyll no es un ser dual. No es Jekyll o Hyde. Lo realmente intolerable es Hyde en Jekyll. No casualmente Stevenson llamó Hyde a la cara perversa de Jekyll. Hyde, en inglés, es igual a hide. Y hide significa esconder, encubrir, ocultar. De esta forma Hyde está encubierto, oculto en Jekyll. Pero está en él.

Se trata de un tema espinoso. Su formulación podría ser: el mal está en todos nosotros.

Y continúa Feinmann:

Pero vivir es terminar por verlo todo. El motivo es sencillo: uno vive y en ese largo desarrollo ve, en su interior, en uno mismo, todas las caras posibles del animal humano. Lucha por evitar las peores y lucha por dar las mejores. Pero lo que vio -en si mismo y en la vida: en la vida que lo atrapó en su urdimbre- no lo puede olvidar. Hace lo posible, pero sabe que el horror y su posibilidad están en uno y están en todos. Lo maravilloso de este paisaje de brumas es que sabiéndolo, se puede caminar todaví­a por el lado soleado de la calle, tener amigos y creer en las causas justas, posibles o no.

José Pablo Feinmann: El lado oscuro de la calle. Página 12. 25 de junio de 2006

Entonces ¿hay derecho? ¿Se puede, se deben revisar los últimos aportes?

Marí­a del Carmen Marini 14 de Marzo 2011.

 

 

 

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Categoría: Trama y relaciones

Acerca del Autor ()

Padre. Hacedor. Resiliente. Estudiador. Curioso. Persistente. Apasionado. Aprendí a contar con un ábaco. En el primer año de la secundaria soñaba con tener una regla de cálculo. Hasta tercero lidiamos con las calculadoras personales y los permisos para usarlas en clase. Cuando fui profe universitario me preguntaba si debía aprobar los trabajos hechos en la computadora personal. La primera portable que tuve me mostró las ventajas de la movilidad y la segunda me presentó a Internet. Hoy, ayudo a las personas y a las organizaciones a involucrarse con los entornos 2.0.- Fundé Seco & Serif en los 90, tuve que aprender prácticamente solo a hacer producción gráfica digital cuando no había nadie alrededor. La primera aplicación que aprendí a manejar fue Adobe Illustrator 3. Y la última —seguramente— será la que salga mañana. Nunca quiero ser el más inteligente sino el que más trabaja. Soy prácticamente autodidacta aunque tengo títulos y certificados que dicen otras cosas. Hace muchos años que leo y pienso acerca de la posición del sujeto frente a la explosión digital y todos los días celebro que me haya tocado estar aquí en esta época.

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