Guarderí­as, jardines, escuelas, infiernos

| 7 mayo, 2013 | 1 Comentario

por Marí­a del Carmen Marini.

A la rueda rueda, de pan y canela, me compré un bizcocho y me fui a la escuela
Vino la maestra y me dio un coscorrón. ¡Salchichón!

8223459208_879ed3e6af¿Quién carajo se cree que es la maestra, para venir a darme un coscorrón, así, de la nada? ¿Será porque es la maestra? ¿O será “¡Porque sí!” como decían los “grandes”, cuando éramos “chicos”? ¿Y cómo integramos esta posibilidad del castigo arbitrario, injusto e incomprensible? ¿Y cómo esa  primera ronda que aprendemos, contribuye a que naturalicemos el hecho que la maestra, o cualquier adulto (incluso los padres-madres) puedan venir a darnos un coscorrón porque se les canta?

En relación a esto último es que también cabe una reflexión crítica acerca de la violencia de los padres, la famosa “puesta de límites”. Habría que pensar cuantas veces obedece a la intención de educar  al niño, y cuantas a la de evitar las molestias del padre. El padre que pega, lo hace porque puede: es más grande en edad, fuerza y tamaño. No le pegaría a otro de su medida, o al menos dudaría en hacerlo. La indiferencia y la frialdad y el silencio amenazante, también pueden ejercitarse cruelmente como violencia.

Y esto de pegar o gritar ¿no contribuye a  preparar para que se acepten y naturalicen otras violencias? El que abusa después en la calle, (piropos que son insultos) o en el colectivo (el manoseo premeditado), o el que acosa en la escuela, en la oficina, en el club o en la disco, lo hace por una razón: aprendió que quien avasalla, atropella, avanza sobre el otro, es el que puede hacerlo.  Es el más grandote, o el más fuerte o que dispone de destrezas que lo habilitan.

En febrero trascendió el maltrato padecido por los niños/as de un jardín de Infantes-guardería, en San Isidro. Los padres – clase media urbana- que dejaban allí a sus hijos, desde seis meses hasta cuatro años, reaccionaron tardíamente al registro grabado por uno de ellos, de lo que estaba sucediendo.

El  la nota del 7 de febrero de Página 12:

Allanamiento en lo de Violencia Rivas.

Se realizó un allanamiento en Tribilín  en busca de documentación probatoria. El intendente Pose dijo que padres, municipio y provincia fueron engañados y trató de delincuentes a empleados del jardín. El gobierno bonaerense pidió sanciones ejemplares.

Mientras que el gobierno de la provincia de Buenos Aires reclamó una “sanción ejemplar” contra las empleadas del jardín maternal Tribilín por el maltrato  hacia los niños, la fiscalía correccional de San Isidro aceleró los tiempos de investigación. Dispuso que el viernes 15 los pequeños cuyas familias así lo permitan brinden testimonio en Cámara Gessell. Además ordenó un allanamiento en el lugar donde funcionaba el jardín, en busca de documentación y elementos de prueba.

…El padre que rgistró los maltratos, contó que desde que no va a Tribilín, a su hija, de un año y medio, se la ve muy bien, pero todavía tiene pesadillas por las noches.

Los gritos, insultos y amenazas de las cuidadoras de sus hijos fueron pruebas contundentes. Fueron contundentes para que desde allí, los padres-madres pasaran a  explicarse algunas cosas y  a preguntarse otras. No habían tomado como síntomas la alteración de conductas en sus hijos: golpearse a sí mismos, arrancarse los cabellos, tener trastornos de la alimentación, perder el control de esfínteres quienes lo habían alcanzado, realizar  juegos en que representaban la situación de hostilidad y resistirse a acudir al jardín (este último tal vez como el menos significativo pues es muy frecuente, aun cuando después puedan estar bien). Las pesadillas y pavores nocturnos no habían alertado en principio a esos padres y madres, a quienes les costó creer lo que había estado sucediendo. Uno de esos padres, había intuido algo (el que puso en la mochila de su hija el I Pod funcionando, que grabó durante cinco horas) y los demás recién pudieron hacerse cargo del dolor y el terror de sus niños/as, después que en el testimonio grabado   escucharon sus llantos desgarradores entre los gritos histéricos y los insultos y amenazas de las “cuidadoras”.

El tema del maltrato me remitió a otros relatos y a algunos recuerdos. El relato de Angélica Gorodischer en “Historia de mi madre”, da cuenta de su penar en su tránsito por aquel tercer grado de la Escuela Normal, bajo la tiranía de Elisa.

Fuera cual fuere la materia, el momento, la lección, el deber, ella estaba detrás de mí gritándome y poniéndome como ejemplo de chica mala, por alumna, incumplidora, mal educada, estúpida, torpe e irresponsable. En clase no dejaba de perseguirme haciéndome preguntas y riéndose de mis respuestas…Le mandaba notitas a mi madre explicándole lo mal que yo me portaba. ¿Mal? Pero si yo era incapaz de moverme, de hablar, de respirar, paralizada por el miedo.

No sé. Hay cosas que no sé. No sé si la Elisa me trataba así solamente a mí o si era tan malvada con otras chicas como conmigo. Creo que ni siquiera me daba cuenta en ese momento de qué era lo que pasaba con las demás. Solamente me acuerdo de una chica que se llamaba Graciela, que se llevaba siempre un montón de elogios porque tenía buena letra. Es decir, escribía todo como en clase de caligrafía.

Y muchas veces, años después pero ya no, me he preguntado por qué hacía esas cosas esa mujer. Por qué le gustaba maltratar a una pobres crías de ocho o nueve años que estaban a su cargo toda la mañana. Era una sádica, me digo. Se le humedecía la entrepierna cuando veía sufrir a una nena, me digo. Y sí, puede ser, por qué no. La gente es muy rara, como dice un amigo poeta…O son los vericuetos del alma humana como concluimos con Hebe en ciertas visitas telefónicas de los lunes a la mañana. ¿Qué le pasaba a esa mujer? Estaba llena de odio, ya lo sé, pero ¿por qué, qué sentía, de dónde venía el click que la hacía castigar por nada y con crueldad a una nena indefensa? ¿Estaba resentida con la vida? ¿La habían maltratado a ella? ¿Me odiaba por algo que yo no sabía lo que era? ¿U odiaba a todo el mundo y se aprovechaba con las chicas de tercer grado?

Las reflexiones de Angélica son pertinentes al tema, y sus preguntas legitiman otra vuelta sobre el tema. Sobre todo porque coinciden con otras experiencias.

Los recuerdos de Diana en su cuarto grado bajo el despotismo de la hermana Emilia, completaron el esbozo del infierno que puede representar para un niño/a, la total impotencia de sentirse a merced de la arbitrariedad de un adulto agresivo y violento.

Ella cuenta:

La hermana Emilia era italiana, hablaba con acento y pude sentir de entrada su rechazo. Yo pensaba ya entonces, y estoy convencida ahora, que una de las razones de ese rechazo debió consistir en que ella  que era inepta, que ni debía ser maestra, que además de torpe, se debía sentir superada por la tarea. ¿Pero por qué me hostigaba a mí? Porque yo  sabía eso. Y ella sabía que yo lo sabía. Llegaba a la escuela ese año, y no formaba parte del grupo fascinado que se iniciara en la escuela desde primer grado, yo era así una advenediza. Eso me excluía de algún modo de la historia del grupo, pero me daba otra visión más distanciada y ¿más lúcida?

Emilia había distribuido a las alumnas en tres hileras, según su criterio de lo que eran las buenas alumnas, las regulares y las malas. Yo fui al último banco de la hilera de las malas, como colmo del desprecio y reprobación. Y si bien yo era rápida para los aprendizajes de las materias teóricas, carecía de destreza para las tareas de labor (coser, bordar, tejer) muy valoradas en la escuela y en que las otras chicas tenían más entrenamiento. Las hermosas creaciones de mis compañeras denotaban talento. Manteles y sábanas con diseños delicados y perfectos. En cambio las flores de mis tres carpetitas bordadas (en todo un año) eran un muestrario de desprolijidades diversas.                                                         Mi afán perfeccionista se desplegaba en otro lado: en el cuaderno, y entré en un período de una exigencia tal que me llevaba a arrancar las hojas a la menor mancha. Eso enfurecía a Emilia y yo no podía evitar hacerlo.                                                                                                                                        

Diana relata que solía fantasear que la hermana Emilia y ella se encontrarían en el infierno, cada cual por sus propias maldades. Y no dudaba que las de la perseguidora tenían que ver con su crueldad y ensañamiento. Podía conducirse así por dos razones: era adulta y estaba a cargo del grado.

Diana pudo plantearse en el transcurso de estas reflexiones:

Me dije a veces, que esa experiencia de cuarto grado me había hecho más fuerte. Que había debido sobrevivir a una situación de acoso solapado y continuo por todo un año escolar y salir adelante. En todo caso era la primera pero no la última experiencia de injusticia a transitar.

Además, es cierto, no me ajustaba a los cánones de aceptación de la época. No era más que una chica delgada y trigueña. Para colmo, nueva en la escuela. Escuela confesional con una cierta tradición en la zona, donde las niñas iban a formarse de acuerdo a los criterios de entonces. En un tiempo en que para ser la alumna valorada, o al menos aceptada, además de aprender todo y portarse muy bien, tener buenos modales y saber bordar,  se debía ser rubia, de ojos celestes. Sí, así era la mejor alumna y se llamaba María Teresa.  Su familia era cercana a la Congregación. Y claro, venía en la escuela desde Jardín.

Antes de considerar en detalle, las características de los/as docentes que venimos describiendo anotemos un dato: la eventual patología de dichos adultos violentos, al fin…  seres humanos. Y aquí vale la vieja diferencia grosera pero legítima, entre un neurótico de mierda y un genuino hijo de puta. El comportamiento agresivo y violento que esté en el orden de la neurosis marca un nivel de psicopatología al que ninguno de nosotros está ajeno. Todos, ustedes, yo, tenemos algo de neurótico. Pero el ensañamiento perverso desde un lugar de poder, con el que niño que es vulnerable e indefenso, que además está en situación de dependencia y subordinación marca otra patología. ¿Se la suele llamar maldad como bien cantan Les Luthier?                                                         Si se me permite la digresión, la neurosis de quien predominantemente sufre y la psicopatía del que prevalecientemente hace sufrir, una y otra, pueden venir mezcladas y no tener límites precisos.

Pensando en la angustia de los niños ante los gritos y amenazas grabados en medio del desborde caótico de ese jardín, pensando en la pesadumbre de esa niña que fue Angélica, solísima en la búsqueda de explicaciones por la animosidad torturante de Elisa, recordando la propia sensación, de Diana, cuando trasponía la puerta del Colegio San Miguel y se metía en el aula de la hermana Emilia, sintiendo que iba hacia una bruja que hacía deliberadamente desdichada su vida, encuentro un  denominador común: el sufrimiento. “Quién dijo que la niñez es el paraíso perdido, a veces puede ser un infierno de mierda” escribió Benedetti hace años en “Inventario”.

Si volvemos a la patología detrás del comportamiento violento y hostil en las docentes de la nota, es muy posible que en estos casos, también haya sufrimiento en ellas y se sumen incapacidades personales a exigencias del rol, para dar cuenta del inadecuado modo no solo de trabajar, sino también del fracaso en llevar adelante la propia vida. Como si el espacio de poder, que da la tutela de un grupo, fuera la oportunidad de ejercer todo el odio y escupir todo el veneno que las habita. El tono  alterado en la voz grabada en el jardín maternal, no deja lugar a dudas. En todo caso se tratará de una mezcla de neurosis y maldad. Se trata de personas desdichadas que sufren, pero que además hacen sufrir, insatisfechas, pero ineptas para encontrar mejores rumbos, eventualmente padeciéndose a sí mismas como condena y como castigo. Pero me apresuro a afirmar que comprenderlo no significa disculparlo (tal como en la violencia de género, o en otras violencias que impliquen una diferencia jerárquica que las facilita y vehiculiza por la asimetría de poder: médico- paciente, jefe- subordinado, y claro: maestro-alumno).

Si una maestra no disfruta de su tarea, si no le gusta el trato con niños, se convierte en un peligro para sí misma (como todo aquel para quien el trabajo es un castigo bíblico) pero en este caso se convierte en un peligro sobre todo para los chicos que pasan a ser víctimas. Tanto más vulnerables cuanto más pequeños. Los niñitos de menos de cuatro años de la noticia, carecían del recurso de contar su desdicha con palabras. La narraron de otro modo, como pudieron: con pesadillas, con resistencia a quedarse en el jardín, con comportamientos autoagresivos. Un padre tuvo la sagacidad de decodificar esos mensajes y tratar de constatar lo que sucedía. Al poner en la mochila de su niña el recurso que grabaría el maltrato,  obtuvo el testimonio del padecimiento.

Angélica tenía 8 años cuando quería que creyeran en ella y en la injusticia a la que estaba siendo sometida por Elisa. Diana tenía 9 y la sensación de agobio de ser rechazada por Emilia, sin saber del todo el por qué. Con todo lo penosa de aquellas experiencias, a los a los 8 y nueve años tenían más medios para sobrellevarlas. Esos bebés y niñitos no.

Ese ensañamiento traspasa un límite que nos perturba. Debió ser muy cruel la realidad de esos chicos maltratados por sus maestras, maltrato cuyos padres fueron lentos en advertir. Pero realidad que pone en evidencia un problema que será necesario abordar en todas sus complejas aristas.

 

M.C.M. febrero 2013

Fuente de la imagen: FlickrCC

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Categoría: Trama y relaciones

Acerca del Autor ()

Padre. Hacedor. Resiliente. Estudiador. Curioso. Persistente. Apasionado. Aprendí a contar con un ábaco. En el primer año de la secundaria soñaba con tener una regla de cálculo. Hasta tercero lidiamos con las calculadoras personales y los permisos para usarlas en clase. Cuando fui profe universitario me preguntaba si debía aprobar los trabajos hechos en la computadora personal. La primera portable que tuve me mostró las ventajas de la movilidad y la segunda me presentó a Internet. Hoy, ayudo a las personas y a las organizaciones a involucrarse con los entornos 2.0.- Fundé Seco & Serif en los 90, tuve que aprender prácticamente solo a hacer producción gráfica digital cuando no había nadie alrededor. La primera aplicación que aprendí a manejar fue Adobe Illustrator 3. Y la última —seguramente— será la que salga mañana. Nunca quiero ser el más inteligente sino el que más trabaja. Soy prácticamente autodidacta aunque tengo títulos y certificados que dicen otras cosas. Hace muchos años que leo y pienso acerca de la posición del sujeto frente a la explosión digital y todos los días celebro que me haya tocado estar aquí en esta época.

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