Hay otro ahí donde yo estoy

La revolución científica que se inició en el Siglo XVII y cuyos pilares fundamentales, fueron Galileo Galilei (1564-1642) y René Descartes (1596-1650), marcó el principio del fin de la Edad Media y el comienzo de la Modernidad.
Después de once siglos de supremacía de la Iglesia Católica, este giro, que comenzó a darse en la Filosofía y —de la mano de Galileo— fundó la Ciencia Moderna, hizo que Occidente emprendiera un monumental cambio en su sistema creencias. Casi tres siglos después, dirá Lacan en el curso de su enseñanza, que al pasar del Universo infinito al Espacio geométrico, que se escribe en un lenguaje donde hay álgebra pero no palabras, la Ciencia Moderna hizo callar a los planetas, que antes, tenían cosas para decirle a los individuos y fueron silenciados cuando Galileo afirmó que el mundo de la Naturaleza está escrito en caracteres geométricos.
Entre Galileo y Lacan, Sigmund Freud en 1914, había publicado una pieza fundamental de su obra a la que llamó Introducción del Narcisismo.
Unos años después — en 1917— argumentando a favor de la invención del psicoanálisis, y advirtiendo claramente las dificultades que estaba (¿está?) ocasionando esa mudanza de paradigmas, en un texto que se llama Una dificultad del psicoanálisis, decía que el mundo, la humanidad, había sufrido, a lo largo de su historia, tres grandes heridas narcisistas.
La primera, a manos de Copérnico, en el siglo XVI, quien derrumbó la creencia de que el Universo y el Sol giraban en torno de la Tierra.
La segunda a manos de Darwin, ya que — dice Freud— el hombre se consideró como soberano de todos los seres que poblaban la Tierra. Y no contento con tal soberanía, comenzó a abrir un abismo entre él y ellos. Les negó la razón, y se atribuyó un alma inmortal y un origen divino. Pero vino el gran naturalista inglés a mostrar que entre humanos y animales hay una continuidad evolutiva.
La tercera herida narcisista vino a traerla el psicoanálisis. Es quizás la más sensible y es de naturaleza psicológica. El hombre, aunque exteriormente humillado, se siente soberano en su propia alma. Sin embargo el Yo, no es amo en su propia casa, escribió. Hay algo que no es el Yo de la voluntad, el que cree que controla todos nuestros actos, que se expresa cuando decimos o hacemos algo que no queríamos hacer. Esa entidad que Freud llamó inconsciente, es desde donde parten nuestros empujes hacia las cosas, aun cuando estas no coincidan con las que nuestro Yo permitiría. Entonces decimos lo que no podemos callar, hacemos lo que no queríamos hacer o enfermamos. Poco importa si tratamos de esconder estas disfunciones frente a los demás. No podemos ocultarlas frente a nosotros mismos. Y a menudo está ahí el obstáculo con el que tropezamos para conseguir algo que nos gustaría conquistar. Difícimente podremos hacerlo con un costo razonable, sin comprender qué es lo que nos traba. ¿O no te ha pasado que después de una discusión con tu pareja te quedas pensando en que dijiste cosas en las que no crees, sólo para defender tu posición? Si tiras de ese cordón, verás que necesitas conectar con los psicólogos en Valencia para que te ayuden a lidiar con ello.
Es que hay otro ahí donde estamos. Y hay que negociar con él, empezando por aceptar su existencia. No importa si planeas encontrarlo tú solo o en una terapia pareja en Valencia. Se trata de atravesar aquello que está haciendo de obstáculo. A veces podrá ser removido y otras habrá que aprender a dar un rodeo para seguir.
¿Por qué Copérnico no pudo ir más allá, a pesar de haber advertido que vivíamos en un sistema heliocéntrico y no geocéntrico como se creía hasta entonces? Un gran filósofo e historiador de la ciencia, Alexandre Koyré lo explica diciendo que Copérnico creía en la buena forma, en la perfección de la circunferencia. Un elipse era, para su sistema de creencias, una forma impura que no debía ser considerada. Sin embargo, si hubiera podido cruzar la barrera de esa creencia, probablemente se le hubiera facilitado una mejor comprensión del trazado de las órbitas que describen los planetas alrededor del Sol. Con ello, también hubiera podido explicar el fenómeno que nosotros llamamos las estaciones del año y que Antonio Vivaldi pintó, en esa época, en sus cuatro conciertos para violín y orquesta.
Categoría: Culturas, Trama y relaciones