Motus
¿Ha cambiado su automóvil recientemente? Imagine que por estos días tiene el deseo de hacerlo y se decide. Ha pensado en la marca, en el modelo que más le gusta, ha hecho sus cuentas y se acerca a un representante.
— ¿Cómo le va? ¿Qué necesita?…
Así lo recibe el vendedor. Lo invita a pasar y tomar asiento. Usted no podría decir que fue un recibimiento descortés, pero sinceramente, esperaba otra cosa. Decide seguir adelante y le cuenta que ha llegado hasta ahí porque quiere cambiar el auto. Que estuvo pensando en algunos modelos, que está buscando información, que quisiera armar una ingeniería que le permita matchear su deseo con las posibilidades que tiene.

El hombre, su interlocutor, lo escucha con interés (o por lo menos eso es lo que parece). Cada tanto esboza una sonrisa o asiente con la cabeza. Usted va procesando la información que recibe, compara con lo que había imaginado, duda, busca internamente las alternativas. Quiere ese modelo. Ya lo sabe. Quiere avanzar, pero se ha dado cuenta que en esa escena hay algo que no está en sintonía. Se desconcentra, se desvía. Empieza a reparar en que a lo largo de la entrevista, de a poco ha ido creciendo en usted una sensación de incomodidad que no puede explicar. Tampoco podría decir que lo estuvieron atendiendo mal. Cuando usted preguntó por algún detalle, el hombre le respondió con amabilidad y precisión. Incluso en algún momento le indicó a un asistente que le acercara un café. Técnicamente usted no podría objetar nada.
Entonces llega el momento de conocer el mejor precio y está lejos de lo que usted imaginaba. Desconcierto. Lo piensa un minuto y pregunta por alguna variante menos equipada, para ver cómo empezar a acercar esa brecha, que por ahora es importante. La respuesta del vendedor no se hace esperar:
— Puedo ofrecerle el mismo modelo, con una diferencia que lo hace bastante más económico: el mismo equipamiento, tapizado en cuero, llantas de aleación, levantavidrios, servomecanismos, todo tal cual el modelo que usted quiere, pero con un motor de moto…
Detengamos aquí el relato. Piense por un momento si usted compraría ese auto. Pero no enfoque en sus sentimientos, sino en el motivo sobre el que apalancaría su decisión.
Y justamente el motivo, es el motor. Lo es en la pequeña ficción que le ofrecimos, pero también en el entusiasmo (que no tenía el vendedor). Motivación proviene de motus, que significa causa de movimiento. Y como un automóvil — aunque se vea muy bien por fuera y por dentro— si no tiene en sus entrañas un motor a la altura de lo que muestra su imagen, resulta un desengaño. También en las relaciones entre las personas sucede lo mismo. La motivación es un afecto. Es un estado que afecta a una persona. Y hace el mismo trabajo que la levadura en el bollo de masa: con igual cantidad de materia consigue que ocupe más volumen.
Si usted tiene la responsabilidad de conducción en una organización, sabe de lo que estamos hablando. Colaboradores motivados sinergizan en dirección a la consecución de los objetivos organizacionales. No se trata de dinero. El dinero no es un motivo, el sistema de comunicación interna sí lo es. Puede hacer que sus colaboradores se sientan incluidos o marginados del pulso de la organización.
Pero un plan de comunicación interna no se reduce a poner un transparente o dos o tres con información que nadie leerá, más allá de las novedad de los primeros tiempos.
Usted necesita el apoyo de un colaborador externo, un especialista en campañas de endomarketing, alguien que le ayude a pensar hacia adentro de su organización con el criterio de que sus colaboradores son clientes internos.
Capacidad diagnóstica, mucha experiencia, creatividad, son algunos de los indicadores que le darán la pista de quién puede ayudarlo. Martín Alba y Asociados reúne esas condiciones y más, porque es una de las mejores agencias de Latinoamérica. El motor es lo que hace que su automóvil marche. La motivación de su equipo hará lo mismo por su organización.
Categoría: Actitud, Trama y relaciones