Uno por ciento

¿Cuál es la diferencia entre el Ser Humano y un Animal? Desde la perspectiva genética, hay un 99% por ciento de identidad entre el genoma de un mono y el de un humano. ¿Es realmente ese uno por ciento la diferencia? Y si fuera así, ¿está expresada en el lenguaje?, ¿en el alma?, ¿en la culpa?, ¿en el miedo?…
Estas mismas preguntas, hasta donde sabemos, no puede hacérselas un animal. También el pensamiento es una característica humana.
Desde los tiempos de la antigua Grecia el hombre se ha preguntado por esa otra parte suya que no es física, que no es la carne, pero se refiere a la fuerza vital que lo anima. Platón creía que el hombre estaba dividido en Cuerpo y Alma. El cuerpo albergaba las pasiones y por lo tanto los aspectos impuros. Y el alma lo vinculaba con la divinidad. Allí residía el Ser y también el Saber. Uno de sus más grandes discípulos, gran filósofo también: Aristóteles, negaba esta posibilidad. Pensaba que no era posible que hubiera cuerpo y alma como cosas separadas. El alma es al cuerpo, decía, lo que el caminar es a las piernas.
Muchos años más tarde, cuando comenzamos a transitar el camino que nos pondría en el apogeo del desarrollo científico y tecnológico, los genios de Copérnico, Newton y Galileo mostraron que el Universo podía comprenderse sólo si se lo escribía en términos matemáticos. Establecieron con ello una regla que no alcanzaba a describir el alma humana.
La Filosofía, madre de todas las ciencias, ayudó a pensar muchísimas de las perspectivas que todavía hoy utilizamos, pero la Humanidad tuvo que llegar hasta el Siglo XVII para que la Psicología se separara de ella, como disciplina autónoma. Para que pudiera empezar a encontrarse como el territorio en el que se piensa, ya no acerca del pensar y sus relaciones con lo que nos rodea, sino acerca de eso intangible que tenemos y que nos hace actuar de una manera o de otra. Ser de una manera o de otra. Sentir de una manera o de otra.
Eso que en la historia del pensamiento humano se llamó psykhé y que nosotros llamamos alma o psiquis y que sigue siendo un enorme misterio todavía para nuestro afán de explicarlo todo.
Lo cierto es que desde aquel entonces no cesan de desarrollarse escuelas, teorías y estrategias que intentan explicar qué decimos cuando decimos que estamos apenados, qué decimos cuando decimos que nos duele el alma. Que estamos tristes o que estamos enamorados. Que extrañamos o que nos sentimos con tanta fuerza que podríamos llevarnos el mundo por delante.
Doctor, decía un paciente psiquiátrico, no me cure la locura. Es lo único que tengo.
Aún con los avances de las tecnologías informáticas, del auxilio de la física cuántica o las estrategias de big data, no podemos explicarnos por qué unas pocas células, apenas unas semanas después de la fecundación del óvulo por el espermatozoide, comienzan a latir, mientras construyen un corazón. Y no dejarán de hacerlo a lo largo de toda la vida de ese que todavía ni siquiera es un embrión humano. O por qué una proteína sabe cómo apagar un gen para que una diminuta organela celular comience a sintetizar una hormona que tendrá efecto a largo plazo en ese organismo humano que está creciendo y desarrollándose.
No sabemos eso, aunque somos los únicos mamíferos que tenemos miedo y capacidad de angustiarnos. Podemos sentir eso que nos afecta aunque no lo comprendamos. Y aunque no sepamos por qué, ni cómo, seguimos necesitando acudir a otro que nos escuche, al psicologo canillas por ejemplo, y nos ayude a salir de la encerrona.
Categoría: Culturas, Trama y relaciones